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jueves, 18 de agosto de 2011

Los ángeles de la guarda de Héctor Yunes Landa


  • Luis Donaldo Colosio, Fidel Velázquez y Eliseo Mendoza Berrueto marcaron la vida del presidente del CDE del PRI a los 26 años de edad.
  • 17 diputados federales, todos jóvenes, se rebelaron al líder parlamentario en el Congreso de la Unión, pues nadie les daba juego.

Héctor Yunes Landa tiene 26 años. Es líder nacional de la juventud priista. Es diputado federal. En el Congreso de la Unión despacha como líder parlamentario Eliseo Mendoza Berrueto. Fidel Herrera Beltrán es el Oficial Mayor. Y en el juego del poder, los enterados afirman que ‘’el tío’’ de Nopaltepec se ha adueñado de la mente, del corazón, del hígado, del alma de Mendoza Berrueto.

Yunes Landa y 16 jóvenes de su edad forman el kínder de la Cámara Baja. Son los 17 diputados más jóvenes. De hecho, unos chamacos. Su primera experiencia en el fogueo legislativo. Y nadie los pela, no obstante que el priismo vive la época dorada, el esplendor. Nadie les da juego. Nadie les da chance de trepar a la tribuna. Nadie los comisiona a un evento, vaya, ni siquiera para cortar el listón.

En el pasillo, en el café, en el restaurante, en el bar, los 17 jóvenes platican. Se indignan, pero nadie se atreve a encarar la realidad. Viven irritados, porque los creen menores de edad, pero aguantan. Refunfuñan, pero callan. Se rebelan, pero tragan la muina. Unos a otros se tiran la pelota para hablar con Mendoza Berrueto.

Un día, Yunes Landa pide audiencia a la secretaria particular del líder camaral. Ni siquiera habla con Fidel Herrera, su paisano, quien anda en su juego y conserva el manto echeverrista.

Y la secretaria, para su sorpresa, le abre la puerta. Y Yunes Landa entra al privado de Mendoza Berrueto.

-Señor, le dice, soy Héctor Yunes Landa, diputado federal.

Berrueto lo mira. Lo escudriña. Nunca lo ha visto.

-¿Usted es diputado federal?, pregunta al joven de 26 años, alto, fornido, guayabera blanca de manga larga, lentes, pelo largo, largo, largo, como jipioso. Un hijo de Avándaro. Es la moda, ni modo.

-Sí, señor diputado, soy diputado.

-¿Y?

-Somos 17 diputados federales jóvenes. Y queremos hablar con usted. Queremos participar a su lado. Subir a tribuna a defender a México, al presidente, al partido.

Y sin más, receptivo, Berrueto cita a los 17 diputados, sus colegas, al día siguiente.

Y al día siguiente, todos hablan. ‘’Queremos juego’’ claman, exigen, demandan, cada uno.

-Tendrán juego, ofrece, reitera, Berrueto.

LA PRIMERA PRUEBA DE FUEGO

Un domingo en la tarde, Héctor Yunes está en Xalapa. Y Berrueto le llama por teléfono.

-Mañana, a las 10 horas, usted me representará en (tal) ceremonia. Prepárese. Dirá un discurso.

-Gracias, señor diputado, dice Yunes.

Pero al mismo angustiado. Uno, está en Xalapa y necesita tomar el ADO cuanto antes. Dos, debe preparar el discurso.

En el viaje de Xalapa al DF, va hilando pasajes, frases, datos, del tema. Y cumple, a cabalidad, con la primera oportunidad. Luego, vendrían otras. Para él y para los 16 diputados federales. Yunes Landa se perfila como uno de los líderes juveniles de la Cámara Baja en aquella época dorada del priismo.

Una época donde, por ejemplo, hay un diputado que cuando sube a tribuna, todo mundo guarda silencio. Callado. A la expectativa. Se llama Juan Maldonado Pereda. Inicia el discurso con voz pausada, reposada, serena, reflexiva, crítica. Y a los pocos minutos la voz tronante resuena y resuena y resuena. Y ni siquiera se escucha la respiración de los colegas.

Una época donde, por ejemplo, hay un diputado joven. Tímido. Callado. Afectivo, pero lejano. Siempre escudriñando a los demás. ‘’Hola, mi Donald’’ le dice un diputado de la tercera década cuando pasa por su fila. Y le dice ‘’mi Donald’’ en referencia a la hamburguesa. Se llama Luis Donaldo Colosio Murrieta. Amigo, desde entonces, de Héctor Yunes.

EL DISCÍPULO DE FIDEL VELÁZQUEZ

Una vez a la semana, Héctor Yunes Landa, diputado federal, llega a la calle Vallarta, en el DF, donde se ubica la oficina central de la CTM. Ahí despacha un viejo zorro de la política, marrullero, gurú. Se llama Fidel Velázquez Sánchez. Mil años lo contemplan.

Su jefe de escoltas es veracruzano. Paisano de Héctor. Y el paisano le abre la puerta del privado, con derecho de picaporte, porque así lo ha ordenado don Fidel.

Cada semana, el joven platica con el viejo. Más bien, el joven escucha al longevo, quien le platica lo que desea… hasta donde se puede.

Y el viejo le va tomando cariño al joven que siempre lo procura.

Un día, en la plática estuvo un testigo. Y en tanto don Fidel hablaba se fue quedando dormido. Mejor dicho, quizá fingió dormir. Reposar. Echarse una pestañita. Con el puro en la boca. Y en la medida que don Fidel conciliaba el sueño, el puro iba quedando en libertad en la boca. Y en un momento peligroso, el puro se fue de lado. A punto de caer. Echando humo.

Héctor miró y preguntó en silencio qué hacían al otro invitado. Y el otro levantó los brazos. Se declaró sorprendido.

El puro de don Fidel se aflojaba en sus labios. Apenas y pendía de un alfiler. Detenido, quizá, por la muralla de un diente, una muela.

Héctor Yunes se puso de pie para acomodar, con finura y delicadeza, el puro a don Fidel. Quizá para esperar cuando el puro se desprendiera de la boca y cacharlo en el aire. Pero antes de la vorágine inevitable, Héctor acomodó el puro en la boca de don Fidel. Y don Fidel abrió el ojo izquierdo y le guiñó, con una sonrisa, al joven diputado. Luego, el viejo siguió dormitando.

DON FIDE ABRE PUERTAS A HÉCTOR YUNES

El CEN del PRI nombra delegado especial en Sinaloa a Héctor Yunes. Y de inmediato, Héctor se traslada a la CTM para informar a don Fidel.

Y don Fidel llama por teléfono a Juan S. Millán, el líder cetemista en Culiacán, el gobernador de don Fidel. Y don Fidel se lo encarga. ‘’Lo atiendes, lo apoyas, lo cuidas’’.

Héctor llega a Culiacán. Y en el aeropuerto lo espera Juan S. Millán. Y lo hospeda en el mejor hotel. Y le entrega una camioneta nuevecita del color que a Héctor le guste, con chofer. Y le pone oficina con secretaria. Y todo lo que sigue. Etcétera. Etcétera.

Es la fuerza del viejo abriendo la puerta al joven que inicia en la vida política.

COLOSIO Y HÉCTOR YUNES

Luis Donaldo Colosio es candidato presidencial. Héctor Yunes opera como delegado del PRI en Sinaloa. Está encargado de trabajar la elección. Colosio llega a Culiacán. Y en el viaje del aeropuerto a la ciudad solo van el chofer, Colosio, Heriberto Galindo y Yunes Landa. Platican. Informan a Colosio de los detalles del evento. Un éxito para el priista que entre los amigos declamaba ‘’La chaca Micaela’’ como su máxima obra poética. ‘’El borrego’’ le decían, por el pelo ensortijado.

Luego del evento, Colosio se traslada al hotel. Un receso. Y en el hotel, Luis Donaldo desea hablar con Heriberto Galindo en privado, a solas. Y pide a Héctor, ahí pendiente, cerquita, que lo busque. ‘’¿Sabes dónde está?’’. ‘’Sí. Sí. Ahorita lo traigo’’. Y Héctor lo busca en el lugar preciso, concreto y específico. A una cuadra del hotel, donde hay un puesto sabroso, sabrosísimo, de tacos callejeros, que fascinan a Galindo.

20, 25, 30 minutos después, Galindo sale de la habitación de Colosio, feliz, contento, radiante. Confiesa a Héctor que le ha dado una nueva comisión. Más chingona. Súper. Y Héctor le pregunta por su destino.

‘’Me voy contigo’’ dice a Heriberto.

‘’No, Héctor, te quedas aquí, en Sinaloa. Colosio me habló de ti. Te estima. Te quiere bien. Te tiene contemplando para nuevas tareas. Mejores. Ya verás’’.

Un día después, en Lomas Taurinas, Luis Donaldo Colosio era asesinado por un tirador solitario. Y ese mismo día, en la tarde, el gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones (el otro amigo, cuate, maestro, gurú, de Héctor Yunes) interrogaba en privado a Mario Aburto.

 Por: Luis Velázquez Rivera

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