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lunes, 29 de agosto de 2011

A los abuelos con cariño


Por Héctor Yunes Landa
El día de ayer celebramos el Día del Adulto Mayor. Esta fecha es muy importante porque  expresa el reconocimiento y la gratitud por todas las enseñanzas que estos distinguidos ciudadanos nos han dejado a las generaciones más jóvenes. 
Estos adultos por definición son personas de 60 años o más, sin embargo el concepto va mucho más allá de una edad cumplida. El que llega a esta etapa de la vida ha recorrido ya una buena parte del camino, posee experiencia y sabiduría, ha sido testigo de muchos cambios en su sociedad, ha sido actor de tantas historias y constructor de tantos proyectos. Yo pienso que es un adulto en plenitud, maestro de la vida, y por ello debemos profesarle admiración y respeto. Nuestro país fue edificado con base en el trabajo y esfuerzo de muchos mexicanos y mexicanas que hoy en día forman parte de la denominada tercera edad; hombres y mujeres que lucharon porque sus hijos, nosotros, tuviéramos mejores oportunidades de vida. La herencia que nos han dejado está presente en nuestros valores, en nuestra comunidad y en nuestro espíritu. 
Todo esto debe hacernos reflexionar sobre el manejo que estamos haciendo del país que nuestros abuelos y nuestros padres nos heredaron. Vivimos una realidad muy diferente a la que ellos conocieron en su juventud. Las prisas y las demandas de la vida moderna han transformado la convivencia de antaño, caracterizada por la confianza y la solidaridad. Muchas personas soslayan lo que significan el honor y la moral, lo importante que es la palabra dada y el respeto a uno mismo. Vivimos en la inmediatez fugaz, con una urgencia permanente, y pocas veces miramos atrás, quizá por desdén o incomprensión, o simplemente porque nunca tenemos tiempo. 
Debemos hacer un ejercicio de retrospección, darnos cuenta de lo que hemos hecho con el invaluable patrimonio que nos legaron quienes nos han precedido en el camino de la vida. Ellos crecieron en un México sano, tranquilo y seguro, y debemos acudir a su sabio consejo y a su opinión experta, para que nos recuerden cómo era vivir sin miedo al narcotráfico, sin redes sociales, sin teléfonos celulares, sin embotellamientos de tránsito, sin tanta ansiedad.
Los adultos en plenitud deberían ser nuestra piedra de toque, el eje moral de nuestra familia, los más respetados, nuestros consentidos. Ellos tienen en sus manos el tesoro de la experiencia y la sabiduría, ellos tienen mucho que dar a nuestra sociedad, empezando por sus enseñanzas. No es posible que aún en nuestros días, en una sociedad que se dice moderna, sigan dándose situaciones de maltrato y abandono a personas mayores, de discriminación. La cultura del respeto y la solidaridad para con ellos debe de ser un elemento fundamental en nuestra formación cívica. 
Celebrar a los adultos mayores una fecha especial es sólo una forma representativa de demostrarles el afecto que les tenemos. Sin embargo en México, 7.7 millones de mayores de 60 años viven en condiciones de pobreza y desigualdad social, de un total de 9.4 millones de adultos mayores. Es decir, más del 80% vive con carencias, una realidad que de ninguna manera se compensa con felicitaciones y cumplidos.
No es justo. El reconocimiento debe hacerse todos los días, y desde todos los espacios. Como sociedad, entendiendo con amor y paciencia que ellos necesitan caminar a un paso un poco más lento que el nuestro, dándoles nuestra amistad y nuestro apoyo, escuchando todo lo que tienen que contarnos. Como gobierno, procurándoles espacios de atención y recreación, haciendo valer sus derechos y respetando el lugar que ellos dignamente ocupan en la sociedad. 
El principio es simple, debemos dar a nuestros adultos mayores lo mismo que algún día querremos que nuestros hijos y nietos nos den a nosotros. Debemos ser conscientes de que la juventud es transitoria, pero la esencia de nuestro espíritu no lo es, y, sobre todo, que nuestros hijos tomarán nuestro ejemplo para replicarlo en el futuro.
Hay que visitar a nuestros abuelos, padres, tíos o amigos mayores, hablar con ellos, llevarlos al cine o de paseo, quererlos y consentirlos  mucho. Aprendamos de ellos y pidámosles que nos cuenten como eran las cosas “en sus tiempos”. Para una nación justa como la que soñamos, el tesoro de la memoria es invaluable, y sólo nos hace falta saber escuchar. 
Mi más sincera felicitación a todos nuestros adultos en plenitud, y todo mi reconocimiento por ser ejemplos de vida.  

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