Por Héctor Yunes Landa
El día de ayer celebramos el
Día del Adulto Mayor. Esta fecha es muy importante porque expresa el reconocimiento y la gratitud por
todas las enseñanzas que estos distinguidos ciudadanos nos han dejado a las
generaciones más jóvenes.
Estos adultos por definición
son personas de 60 años o más, sin embargo el concepto va mucho más allá de una
edad cumplida. El que llega a esta etapa de la vida ha recorrido ya una buena
parte del camino, posee experiencia y sabiduría, ha sido testigo de muchos
cambios en su sociedad, ha sido actor de tantas historias y constructor de
tantos proyectos. Yo pienso que es un adulto en plenitud, maestro de la vida, y
por ello debemos profesarle admiración y respeto.
Nuestro país fue edificado con
base en el trabajo y esfuerzo de muchos mexicanos y mexicanas que hoy en día
forman parte de la denominada tercera edad; hombres y mujeres que lucharon
porque sus hijos, nosotros, tuviéramos mejores oportunidades de vida. La
herencia que nos han dejado está presente en nuestros valores, en nuestra
comunidad y en nuestro espíritu.
Todo esto debe hacernos
reflexionar sobre el manejo que estamos haciendo del país que nuestros abuelos
y nuestros padres nos heredaron. Vivimos una realidad muy diferente a la que
ellos conocieron en su juventud. Las prisas y las demandas de la vida moderna
han transformado la convivencia de antaño, caracterizada por la confianza y la
solidaridad. Muchas personas soslayan lo que significan el honor y la moral, lo
importante que es la palabra dada y el respeto a uno mismo. Vivimos en la
inmediatez fugaz, con una urgencia permanente, y pocas veces miramos atrás,
quizá por desdén o incomprensión, o simplemente porque nunca tenemos tiempo.
Debemos hacer un ejercicio de
retrospección, darnos cuenta de lo que hemos hecho con el invaluable patrimonio
que nos legaron quienes nos han precedido en el camino de la vida. Ellos
crecieron en un México sano, tranquilo y seguro, y debemos acudir a su sabio
consejo y a su opinión experta, para que nos recuerden cómo era vivir sin miedo
al narcotráfico, sin redes sociales, sin teléfonos celulares, sin
embotellamientos de tránsito, sin tanta ansiedad.
Los adultos en plenitud
deberían ser nuestra piedra de toque, el eje moral de nuestra familia, los más
respetados, nuestros consentidos. Ellos tienen en sus manos el tesoro de la
experiencia y la sabiduría, ellos tienen mucho que dar a nuestra sociedad,
empezando por sus enseñanzas. No es posible que aún en nuestros días, en una
sociedad que se dice moderna, sigan dándose situaciones de maltrato y abandono
a personas mayores, de discriminación. La cultura del respeto y la solidaridad
para con ellos debe de ser un elemento fundamental en nuestra formación cívica.
Celebrar a los adultos mayores
una fecha especial es sólo una forma representativa de demostrarles el afecto
que les tenemos. Sin embargo en México, 7.7 millones de mayores de 60 años
viven en condiciones de pobreza y desigualdad social, de un total de 9.4
millones de adultos mayores. Es decir, más del 80% vive con carencias, una
realidad que de ninguna manera se compensa con felicitaciones y cumplidos.
No es justo. El reconocimiento
debe hacerse todos los días, y desde todos los espacios. Como sociedad,
entendiendo con amor y paciencia que ellos necesitan caminar a un paso un poco
más lento que el nuestro, dándoles nuestra amistad y nuestro apoyo, escuchando
todo lo que tienen que contarnos. Como gobierno, procurándoles espacios de atención
y recreación, haciendo valer sus derechos y respetando el lugar que ellos
dignamente ocupan en la sociedad.
El principio es simple, debemos
dar a nuestros adultos mayores lo mismo que algún día querremos que nuestros
hijos y nietos nos den a nosotros. Debemos ser conscientes de que la juventud
es transitoria, pero la esencia de nuestro espíritu no lo es, y, sobre todo,
que nuestros hijos tomarán nuestro ejemplo para replicarlo en el futuro.
Hay que visitar a nuestros
abuelos, padres, tíos o amigos mayores, hablar con ellos, llevarlos al cine o
de paseo, quererlos y consentirlos
mucho. Aprendamos de ellos y pidámosles que nos cuenten como eran las
cosas “en sus tiempos”. Para una nación justa como la que soñamos, el tesoro de
la memoria es invaluable, y sólo nos hace falta saber escuchar.
Mi más sincera felicitación a
todos nuestros adultos en plenitud, y todo mi reconocimiento por ser ejemplos
de vida.